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Hubo un tiempo en que la Navidad era un entrañable momento de reencuentro familiar que se festejaba con alimentos y bebidas en generosas cantidades, reservados para esta ocasión pues sólo se trataba de la nochebuena y la nochevieja. Este tiempo, los de mi generación no lo hemos conocido, pues hemos crecido en la sociedad de consumo que provee de todo en todo momento y a precio asequible, aunque la calidad se haya visto comprometida. Por lo que estas fiestas se han transformado en un legítimo atracón desenfrenado al que cuesta resistirse y que dura bastante más que dos noches.

De modo que, a no ser que tengamos la determinación y el aplomo de un maestro zen, o que pasemos las vacaciones hivernales de retiro en el Tíbet, lo más probable es que la transgresión dietética sea la norma estos días, por más consumidores responsables que seamos y por mucho que nos importe nuestro bienestar. La bacanal es, casi siempre, inevitable.

Este regocijo en el exceso, que se justifica con la fraternidad y demás teorías navideñas, no está libre de peligro pues además de mandar al traste los buenos propósitos post-veraniegos, aumenta el riesgo de accidente cerebrovascular, hipertensión, diabétes o colesterolémia y otras innecesarias y evitables desgracias, aparte de consolidar malos hábitos alimenticios.

Sin embargo, existen estrategias de combatiente pro-bienestar que pueden ayudarnos a esquivar esta barbarie alimenticia o, al menos, minimizar los estragos. He aquí algunas de ellas:

Alcohol. A no ser que seamos abstemios, verdaderos héroes en estas fechas, vamos a estar confrontados con numerosos brindis y demás ocasiones de darle al porrón. Una astucia muy eficaz es beber un vaso de agua entre copa y copa, que nos saciará, reducirá a la mitad la cantidad de alcohol ingerida y nos hará también eliminar toxinas por la orina. O sea que desde que nos instalemos en la mesa, debemos asegurarnos de que hay una jarra de agua cerca y no perderla de vista. Nuestra cabeza y nuestro estómago nos lo agradecerán al día siguiente.

No caer en la trampa de los entrantes. Lo sabemos de sobras pues lo decimos cada año “yo con el aperitivo ya habría comido” pues es, a menudo, la parte del menú más caprichosa, con alimentos grasos como el paté, y ricos en carbohidratos como los volovanes. Por lo que, por muy apetecibles que resulten, su función es la de “ir haciendo boca”, y no la de llenarnos el buche.

Privilegiar el marisco y el pescado, porque son ricos en proteína y minerales y pobres en  carbohidratos, además de que su grasa es a menudo beneficiosa, como en el caso del salmón, que aporta omega 3. Se sirven como aperitivos pero también como plato, por lo que suponen un buen recurso si queremos evitar opciones más pesadas. Atención sin embargo aquellos con predisposición al ácido úrico, pues un exceso de marisco puede ser el detonante de un ataque de gota. Los vegetarianos y veganos lo tendrán más crudo y harán mejor en aportar su propio plato, el cual será degustado, sin duda, por otros comensales sin prejuicios y secretamente hastiados del hartazgo navideño.

Ni que sea por quedar bien, en todo convite festivo suele haber un poco de ensalada, o algo de verdura. Debemos llenarnos el plato con ella, pues de todos modos no va a ser la  opción más codiciada por los invitados, aunque la acompañemos con una porción del tradicional pavo al horno. La ensalada, rica en fibra, ejerce un efecto saciante y refrescante, además de estar compuesta de alimentos crudos que conservan sus vitaminas y minerales. En cuanto a la verdura, siempre es un mejor acompañamiento a un plato graso y proteínico que las patatas.

three pineapples with gold party hats
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Ya nos hemos desabrochado el botón del pantalón o la falda cuando los anfitriones aparecen con un suculento y azucarado postre para el cual ya no tenemos espacio en el estómago, pero que no queremos, por cortesía o por pura glotonería, rechazar. Una buena idea es presentarse a la comida con una hermosa piña, bien navideña, como aportación al banquete y alternativa a la tarta. Este es un alimento sin aditivos, rico en fibra y en bromelina, enzima digestiva y proteolítica, de acción también anti-inflamatoria, que sienta muy bien al final de un atracón. Y si el cuerpo nos pide más dulce (el sabor del bazo, que regula la digestión, según la MTC), unos buenos dátiles saciarán este anhelo aportando, por lo menos, vitaminas y minerales, a diferencia de un pastel saturado de azúcar refinado, que sólo nos aporta calorías vacías. Por otra parte, no nos dejemos engañar por el turrón y otros postres “sin azúcar”, pues serán de todos modos una generosa fuente de carbohidratos, sin olvidar que los edulcorantes alternativos no son todos saludables.

Un licor digestivo suele rematar el festín, cuando no un carajillo, pero si lo que queremos realmente es algo que nos ayude a procesar el superávit de alimentos, y no empacharnos todavía más, recomiendo optar por infusiones que contengan romero, anís, manzanilla, menta u otras plantas digestivas. Estas nos aportarán, además de sus propiedades, calor al sistema digestivo, facilitando sus funciones, y una sensación de confort. Yo soy gran aficionada a las especias en esta época del año, como la canela, el jengibre, el clavo o el cardamomo, por su acción calorífica y carminativa, de aroma, además, muy navideño.

Otra cosa a tener en cuenta en estas fechas es no cocinar en exceso  y no sentirse obligado a comerse las sobras. No es necesario cocinar cuatrocientos canelones para ocho comensales, como pasa cada año, pensemos en el “desperdicio cero“. Además, el perro también tiene derecho a comer rico en Navidad. Lo que no va a la basura, no debiera ir tampoco a la cintura, pues esta costumbre de comer sobras de fiestas durante dos semanas no es nada recomendable. Al contrario, lo más conveniente es compensar las comilonas con comidas ligeras, como una buena sopa alcalinizante que contenga verduras como apio, nabo, cebolla, puerro, o calabacín, que alivien nuestros fatigados estómagos, intestinos e hígados. Lo de “de perdidos al río” es una excusa de mal pagador.

Por otro lado, aunque ninguna pastilla puede remplazar el sentido común y los buenos hábitos, existen suplementos alimenticios de efecto saciante como el nopal o higo chumbo, a quien se le atribuye además un efecto beneficioso sobre el colesterol, o el konjac, una raíz autóctona del japón, también de efecto “corta-hambre”, a los que podemos echar mano antes del convite, si nos sabemos comilones. Por su parte, el picolinato de cromo cuenta con una buena reputación como equilibrador del azúcar en sangre, pudiendo evitar hipoglucemias que nos pidan más dulce. Como siempre, es mejor consultar con un profesional de la salud y el bienestar antes de consumir cualquier complemento, para evitar interacciones con medicamentos u otros inconvenientes.

No podemos ignorar tampoco el alto grado emotivo que impera en estas fechas, pues las reuniones familiares suelen provocarnos una cierta agitación (buena o no tan buena) llevándonos a veces a comer por ansia. En este caso, las Flores de Bach pueden venir al rescate, no tan sólo con el “rescue remedy” sino con elixires individuales como el Cherry Plum para mantener el control, o como Agrimony para no disimular la angustia con el buen apetito. Aunque siempre es mejor que nos hagan una mezcla personalizada, pues cualquier flor de Bach puede estar relacionada con un desajuste alimenticio, como se ha constatado numerosas veces en este blog.

Para finalizar, en lugar de quedarse postrados en la mesa hablando (cuando no discutiendo) al final de la comida, ¿porqué no organizar un karaoke o una sesión de baile?  Yo lo he hecho con mi familia, y es de lo más divertido, además de que proporciona vídeos memorables a presenciar juntos en futuras reuniones de tribu. Para los menos osados, o para aquellos que se reúnan en la montaña o cerca de la naturaleza, un paseo de tardecita puede sentar muy bien y ayudar a digerir la panzada. Pues como decían los antiguos chinos, hay que dar “cien pasos después de comer” ya que las extremidades pertenecen al sistema bazo-estómago, que regula la digestión, de modo que cuando caminamos, activamos este sistema y ayudamos a la asimilación de los alimentos.

Terminaré diciendo que la Navidad puede ser una gran ocasión de pasar buenos momentos con nuestros allegados para celebrar el solsticio de invierno como hacían nuestros ancestros, y que es una pena estropearlo con una indigestión o algo peor, pues lo que queremos es vivir muchos años y con mucha energía, para compartir con los nuestros muchas veces más. Sólo hay que echarle sensatez al asunto.

¡Felices fiestas!

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