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El hombre es un animal de costumbres, muchas de las cuales son fáciles de adquirir pero muy difíciles de abandonar. Y a pesar de que algunos de nuestros hábitos nos pasen factura, como sucede a menudo con insalubres hábitos alimenticios, puede que necesitemos pasar en repetidas ocasiones por los estragos que nos causan, antes de que aprendamos la lección y tomemos la firme determinación de deshacernos de ellos. A no ser que tomemos, claro está, Chestnut Bud, la flor de los que no aprenden.

El café nos produce acidez y nos altera, pero lo tomamos cada mañana. El marisco nos agudiza la gota, pero lo olvidamos delante de una mariscada. Las comidas copiosas nos hinchan el vientre y nos producen gases, pero mientras nos pongan platos, seguimos comiendo. Y mira que lo sabemos, pero no hay forma. Hasta que las múltiples reincidencias nos llevan a un estado límite en el que o bien el médico, o bien nuestro propio cuerpo nos dice que “no más”, porque el daño ya está hecho.

Sin embargo, podemos evitar llegar a desarrollar una diabetes, un ataque de ácido úrico, o una irritación gástrica permanente, con la Aesculus hippocastanum que, muy gentilmente, como suele suceder con las Flores de Bach, nos ayuda a escuchar los avisos del cuerpo de que estamos haciendo algo mal, y hacer algo al respecto. Si nuestras transgresiones vienen acompañadas de un sentimiento de culpa, Pine complementará muy bien al Brote de Castaño. Y si flaquea nuestra fe y nos sentimos tentados de tirar la toalla y someternos a medicación de por vida, Gentian puede ayudarnos a recobrar el entusiasmo.

Pues es parte de la evolución personal no tener que aprender a base de golpes ni llegar a extremos sin retorno, sino tomar consciencia a tiempo y seguir avanzando en nuestro camino hacia el bienestar y la realización.

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