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Da un poco de vergüenza reconocer el estado Heather en una, pues a nadie le gusta estar al lado de alguien que no puede parar de hablar de sí mismo, o que siempre encuentra la manera de hacer girar la conversación sobre su propia vida y milagros.

Por ello, y consciente de que en ocasiones caigo en ese reprobable vicio, he puesto mi atención esta semana de detectar esos momentos en que la situación se prestaba a ello y, con la ayuda de la Calluna vulgaris, he hecho el esfuerzo de no convertir mis diálogos con otros en monólogos.

Y, ciertamente, se ha presentado una ocasión inmejorable pues me he reunido en otra ciudad estos días con una amiga con la que no hablaba hacía tiempo, por lo que había mucho que contar y poner al día. Así que, tal y como viajaba hacia allí, me hice el firme propósito de dejarla hablar (ya que ella también tendría muchas cosas que contarme) e intentar resumirle lo principal de lo acontecido en mi vida estos últimos meses. Creo que lo conseguí, aunque en algún momento de la noche, bajo el influjo del café que me tomé para poder alargar la velada en el interesante bar donde me llevó, me sorprendí a mí misma recitando eventos de carrerilla. Aunque llegué a tiempo de coger aire y callarme un poco.

Sin embargo, una vez más, y como han venido haciendo las flores a lo largo de este experimento, el Brezo me ha mostrado un aspecto más sutil de lo que puede hacer por nosotros, o por mí, en este caso. Y para ello, se ha servido, igual que hizo Gorse, de las clases de Tango.

Habiendo resuelto no tirar la toalla y darle otra oportunidad al baile en pareja, me apliqué, en mi segunda clase del baile argentino, en dejarme guiar y llevar por el otro cual gentil damisela.

Afortunadamente, esta vez me tocó un compañero de baile más hábil que, aunque principiante como yo, por lo menos seguía el ritmo y me indicaba la dirección de manera sutil pero clara, sin necesidad de palabras. Para mí fue un esfuerzo considerable el fijar mi atención en él, en el movimiento de sus brazos, en las indicaciones corporales que me iba dando respecto a cuándo empezar un paso y cuándo detenerme, o en qué dirección girar. Sin duda, Heather estaba detrás de mí apoyándome, porque cuando quise darme cuenta había pasado la hora y media de clase, y yo no había pensado en todo ese tiempo ni en mi negocio (que ocupa mi mente la mayor parte del día), ni en la lavadora, ni en la lista de la compra, ni en las vacaciones que tengo que programar, ni en nada, simplemente estuve concentrada en sentir al otro y seguirle los pasos. Fue revelador, como una forma de meditación realmente.

Encontré muy interesante y útil esa aportación del Brezo, pues como terapeuta, es necesario seguir desarrollando la sensibilidad hacia el otro, captar el lenguaje corporal y los mensajes sutiles y no verbales que emite el paciente, para poder conocer mejor su naturaleza y dirigir el tratamiento de una manera más personalizada y menos rutinaria.

¡Ay Heather! Y yo que nunca te había tomado. Por otra parte, me topé también esta semana con un par de personajes típicamente Heather a los cuales con gusto les hubiese invitado a un chupito de la flor, pero es ley en el mundo de las terapias el no imponer la sanación a quien no la pide, por lo que, cargada de paciencia y compasión, les dediqué el tiempo que necesitaban para contarme, largo y tendido, sus batallas.

Próxima semana: Holly (Ilex Aquifolium)

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