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Qué ganas tenía de llegar a Pine. Aunque ya he comentado anteriormente que algunas flores debieran ser mezcladas en nuestras primeras papillas de bebé, esta, a los que venimos de una cultura con base judeo-cristiana, nos la deberían introducir directamente en el agua bautismal (y perdón por la blasfemia).

Así es, la Pinus sylvestris nos habla de culpa, reproches y pecados varios por los que, y ese es el problema, nos auto-castigamos. Pues la culpa sólo se expía, presuntamente,  con el dolor. A no ser que tengamos Pine a mano, claro.

Podría hablar largo y tendido sobre este tema, y arremeter contra una educación castrante y moralista que ha causado estragos sobretodo en la generación de mi madre, pero también en la mía, y sospecho que en las venideras (y qué decir de las anteriores), minando la autoestima humana y coartando su potencial creativo, y su realización personal. Pero prefiero enfocarme, como cada semana, en la oportunidad que supone el tomar flores de Bach, de darle la vuelta a una emoción negativa y convertirla en un paso más de nuestra evolución personal.

En este caso, de nuevo los duendes de las terapias naturales se dieron la mano, y el Pino me hizo pensar en uno de los estamentos del Ho’oponopono, el cual nos insta a pedir disculpas. Recuerdo que cuando me inicié en esta  técnica hawaiana, esta frase me costaba, y así lo expresé durante el curso. No quería tener que disculparme por nada, pues me negaba a sentirme culpable. Pero casi automáticamente me llamó la atención mi propia resistencia al respecto, adivinando que si me tocaba la moral era por algún motivo. Así que, aunque de manera incómoda al principio, me forcé un poco a repetir esa frase, y disculparme privadamente en aquellas situaciones que no me vibraban bien. Pronto me di cuenta de que las palabras de disculpa eran las que más necesitaba pronunciar pues el enfado provocado por conflictos y demás desventuras, iba sin duda dirigido a mi misma, aunque mi ego se negase a reconocerlo.

Poco a poco, la incomodidad provocada por el mantra “lo siento, perdóname por favor” dio paso a un sentimiento de alivio y compasión, hasta que el repetir estas palabras pasó a formar parte de una rutina automática, igual que los otros estamentos “te amo” y “gracias”, sin más reacción.

Pero el aprendizaje de esta semana no estaba realmente en aceptar la culpa sin sentirse mal, sino en transformar la culpa en otro tipo de sentimiento. Una de las ideas que más me llamó la atención del libro sobre Ho’oponopono “Cero límites” (Joe Vitale y Hew Len) con respecto a este tema, y sobretodo cuando debemos disculparnos por algo que, a priori no es culpa nuestra, es el entender que cualquier situación negativa que esté en nuestra realidad, aunque no la hayamos provocado (activa o pasivamente) nosotros, es nuestra responsabilidad, pues de este modo nos otorgamos el poder de modificarla. Y Pine se ha encargado estos días de aplicar la teoría a la práctica, haciéndome sentir responsable pero no culpable de que Febrero sea un mes flojo para los negocios (responsable porque puedo crear estrategias que compensen, y libre de culpa porque mi valía como terapeuta no tiene que ver), de haber comido demasiado chocolate, o de que Cristo muriera en la cruz. Aunque sobre este último punto, todavía estoy trabajando en la manera de modificarlo, se admiten sugerencias.

Próxima semana: Red chestnut (Aesculus carnea)

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