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Gattefossé

El siglo XX fue un periodo de redescubrimientos en que Occidente sintió un deseo irreprimible de escrutinar, bajo la óptica de su microscopio científico, terapéuticas ancestrales. Una de estas mentes curiosas se interesó por azar en las propiedades de ciertas substancias usadas principalmente en perfumería. Ello dio paso a un nuevo universo que perdura y que sigue expandiéndose como una esencia infinita.

En 1881, la ciudad francesa de Lyon vio nacer el tercer hijo de la familia Gattefossé, propietaria de una importante empresa fabricante de productos de perfumería y droguería. René ingresó en la empresa familiar después de realizar sus estudios en ingeniería química, y empezó desde muy joven a liderar diversas iniciativas en defensa de la industria de la perfumería. Sin embargo, su celebridad se debe a un acontecimiento fortuito que originó una nueva industria que hoy conocemos como Aromaterapia.

Es bien sabido que el uso de los aceites esenciales se remonta a los albores de la civilización, pues 2000 años A.C. encontramos un papiro egipcio que habla de “finos aceites y esencias” usados en los templos. En este mismo periodo, la medicina ayurvédica de la India constata el uso de especies y plantas aromáticas, y en China, el Tratado de Acupuntura y Moxibustión del Emperador Amarillo indica las aplicaciones terapéuticas del gengibre, entre otros vegetales de los que se substrae aceite esencial.

Por su parte, Hipócrates de Cos, padre de la medicina moderna, aconsejaba en el siglo IV A.C. el “kyphi”, un preparado a base de esencias que podía ser usado tanto en perfumería como para calmar las inflamaciones y las heridas.

En la baja Edad Media, el médico árabe Avicena recuperó la téchnica de la destilación y perfeccionó el alambique, con el que extraer aceites esenciales de plantas aromáticas, ingredientes indispensables en sus preparados mediamentosos. Durante el medievo tardío, tiempo de oscuras epidemias, las plantas aromáticas fueron extensamente utilizadas en fumigaciones.

Sin embargo, con la renovación que supuso el Renacimiento, las esencias aromáticas quedaron relegadas a esta función saneadora y a la confección de perfumes, la ciencia habiendo tomado el relevo de las medicinas naturales, y habiendo conseguido sintetizar medicamentos a base de principios activos en sus laboratorios,

De modo que en los albores del siglo XX, los aceites esenciales de las plantas aromáticas no tenían un lugar relevante en la farmacopea moderna.

Hasta que en 1910, René Gattefossé se quemó las manos en el laboratorio de la empresa familiar y un duende de las plantas, perdón, su lógica científica, le sopló al oído la idea de aplicar aceite esencial de lavanda sobre las quemaduras. La rápida y sorprendente cicatrización de su piel lo motivó a investigar las propiedades terapéuticas de los aceites esenciales y descubrió que estos eran más eficaces cuando aplicados en su totalidad, que su principio activo aislado, o su equivalente sintético. Todo ello le llevó a acuñar el término “Aromaterapia” en 1928, a publicar su obra “Aromathérapie – Huiles essentielles – hormones végétales” en 1937, y a convertirse en el abanderado de una nueva terapéutica que se abriría paso en el mundo, instalándose hasta nuestros días. Gattefossé publicaría muchos otros escritos sobre la aromaterapia a lo largo de su vida, y crearía productos con aceites esenciales, como el “salvol”, desinfectante que usó en hospitales durante la primera guerra mundial. Fue un investigador incansable, se interesó intensamente por las terapéuticas ancestrales, que intentó siempre conciliar con la ciencia, y murió en Casablanca en 1950 a la edad de 69 años, dejando un importante legado en el campo de la cosmetología y la perfumería.

No obstante, no fue realmente el único en interesarse por las propiedades de los aceites esenciales, pues, en 1882 la Squire’s Companion to the British Pharmacopeia ya había publicado una lista de aceites esenciales y sus propiedades terapéuticas, y otros investigadores como Chamberland en Paris habían realizado estudios sobre la eficacia de ciertos aceites esenciales en el tratamiento de la fiebre amarilla, a finales del siglo XIX.

Paralelamente, su compatriota y contemporáneo Albert Couvreur, había estado investigando por su parte y publicó en 1939 un libro sobre las propiedades medicinales de los aceites esenciales.

Por lo que, quizás el resurgimiento del uso terapéutico de las esencias aromáticas era inevitable, porque la configuración astral de la primera mitad del siglo XX se prestaba a ello, y no es completamente atribuible a René Gattefossé. Pero la providencia quiso que fueste este caballero, nacido entre campos de lavanda y criado con unguentos aromáticos, quien se quemase las manos en su laboratorio, y es gracias a ello hoy hablamos de Aromaterapia y la practicamos a lo ancho y largo del planeta.

Tal vez sin él estaríamos hablando en otros términos: “esenciaterapia”, “médicaromas” u otra cosa. Pero quizás sin él no hablaríamos más de aceites esenciales y seguiríamos usando estas maravillosas substancias para hacer saumerios y perfumar jabones únicamente, lo cual sería una verdadera pena. Menos mal que existen los duendes soplones, o la curiosidad científica, o los caprichos de las estrellas, o todo junto.

Fuentes:

  • https://fr.wikipedia.org/
  • BATTAGLIA Salvatore, The Complete Guide to Aromatherapy, The Perfect Potion, Virginia 1995.
  • DAVIS Patricia, Aromatherapy an A-Z, The C.W. Daniel Company Limited, Essex 1988.
  • LAWLESS Julia, The Encyclopaedia of Essential Oils, Element Books Limited, Dorset 1992.

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