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Otra de las flores con las que, de entrada, no me había identificado en el pasado, pues soy de naturaleza más bien desapegada e independiente, no tengo hijos, e intento no meterme demasiado en la vida de nadie. Hasta que caí en la cuenta de que soy terapeuta y cuido de la salud y el bienestar de otros. Ahí es donde he visto de manera clara esta semana, mis actitudes Red Chestnut camufladas a guisa de deformación profesional.

Efectivamente, pues aunque, como he comentado anteriormente, es ley en el mundo de las terapias el no imponer la sanación a quien no la pide, me sorprendo en ocasiones a mí misma extendiendo recetas a familiares y amigos fuera del contexto de mi consulta, sin que se me hayan pedido. Y esta semana me he pillado a mi misma haciéndolo un par de veces.

Se podría argumentar en mi defensa que mi filantropía y buen corazón me llevan a querer ayudar, puesto que tengo formación e información que puede beneficiar a otros. Sin embargo, mucho antes de ser terapeuta, en la universidad de Trabajo Social, me enseñaron algo que se me quedó gravado y que he tenido muy presente desde entonces: aquellos que elegimos una profesión de ayuda, es porque buscamos ayuda.

Así que, de nuevo, las flores de Bach me sorprenden con una pirueta acrobática y me hacen reflexionar acerca de esa preocupación y angustia por los demás, tan típica del Castaño Rojo, que en mi caso se manifiesta en el plano profesional, y que puede no ser más que una preocupación y temor por nosotros mismos. No puedo evitar pensar otra vez en el Ho’oponopono y su insistencia en que con lo único con lo que estamos lidiando en todo momento es con nosotros mismos, y en mi convicción (previa al concimiento del Ho’oponopono) de que el mayor reto para cualquier terapeuta es sanarse a uno mimso.

Efectivamente, he podido constatar, desde que estoy en el mundo de las terapias naturales, que muchos de los profesionales de este sector se acercaron inicialmente a él por un interés personal. Es más, es bastante habitual encontrar entre nosotros ex-toxicómanos, ex-bulímicos, ex-depresivos, etc. Por lo tanto, el cuidar de la salud de otros de manera natural no es más que una extensión de lo que hacemos (o intentamos hacer) con nosotros mismos. Por otro lado, y reforzando esta idea, me acuerdo algo que me comentó  una compañera terapeuta veterana, a quien pido consejo en muchas ocasiones, con respecto al perfil de clientes que iba a atraer a mi centro. Me dijo que había observado que se atraían generalmente personas de la misma franja de edad y tendencias patológicas que una, y, ciertamente, he podido comprobarlo (atraigo mujeres con hinchazón abdominal, más que aquellas con celulítis en las caderas, por ejemplo). Es decir, nuestros clientes, aquellos a los que “ayudamos” son una proyección de nosotros mismos, pues es con nosotros mismos con lo que, en último término, estamos lidiando.

Interesante, pero la Aesculus carnea todavía tenía algo que recordarme, esta semana. Pues otra vez, y esto ya no me sorprende, coincidió que asistí a un taller de Bio-energética, en el que la profesora hizo un comentario muy relacionados a estas reflexiones y que coincide con otra cosa que me contaron en mis días de universitaria: que el no imponer ayuda es, a veces, la mejor forma de ayuda (si quieres ayudarme, quítame el pie de encima), ya que la no-intervención es la mejor intervención, siempre que sea posible.

Por todo ello, y ayudada por Red Chestnut, guardo con tranquilidad en el cajón de mi consulta el recetario, y observo los procesos de los demás, y el mío propio, con la confianza de que cada uno estamos, sin duda, en el punto en el que debemos estar en nuestra evolución personal, y que los terapeutas somos meros catalizadores en el camino de otros, sólo útiles cuando se nos solicita.

Próxima semana: Rock Rose (Helianthenum nummularium)

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