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Sin duda alguna, lo que más me ha impactado de esta experiencia en el hospital, son los niños. Ellos constituyen una buena parte de la clientela y, al igual que los adultos, reciben tratamientos diarios de media hora de electro y farmacopuntura. Parece que no existe límite de edad, pues los he visto con pañales y, para estos, la técnica es la misma, así como el tamaño y grosor de las agujas: enorme. Algunos lloran nada más entrar en la sala, porque oyen a los otros llorar, porque ya saben a lo que vienen, o por los dos motivos. Otros tan solo lloran mientras el médico los pincha, lo cual no suele durar más de un minuto, tiempo en el cual se les clavan hasta 20 agujas. La mayoría se calman una vez tienen la electro puesta y aguantan bastante relajados la media hora de tratamiento que, por experiencia propia, es bastante molesta. Luego, cuando les inyectan los fármacos en los puntos de acupuntura, vuelven a llorar, y debe doler bastante ya que a muchos hay que sujetarlos entre dos o tres adultos para poderles aplicar la inyección.

Pero mi heroína es una niña de cinco anos, la cual ha estado viniendo desde que estoy yo aquí  y que aguanta estoicamente sin gesticular ni pestañear siquiera, tanto las agujas como la electro como la farmacopuntura. Es todo un ejemplo.

Muchos de los niños están aquí por retrasos en el crecimiento, a menudo debido a problemas durante el parto, especialmente los que vienen de zonas rurales. También se ven bastantes casos de parálisis faciales por ataques de viento (según la Medicina Tradicional China), lo cual no es de extrañar dado el clima de este país y el abuso generalizado de ventiladores y aires acondicionados. También hay casos de malformaciones físicas  e incluso he visto un caso de depresión infantil por traumas familiares. A este ultimo lo llamamos “el pequeño Buda” debido a la postura que adopta cuando tiene las agujas puestas, y a la impasibilidad con que aguanta el tratamiento.

Es también remarcable la actitud de los acompañantes y familiares. Mientras a cualquiera de nosotros, occidentales, familiarizados o no con la acupuntura, se nos partiría el alma de ver a nuestros retoños convertidos en muñecos de vudú conectados a corrientes eléctricas por un entresijo de cables, estos padres y abuelos vietnamitas contienen sonrientes a sus niños mientras los pinchan, y luego los consuelan con palabras cariñosas al oído  Lo mismo sucede con los médicos y enfermeros, que son a la vez tiernos pero implacables a la hora de aplicar la terapia. Después de todo, obtienen muy buenos resultados, y es por su bien.

Yo guardo un par de fotos de estos pequeños valientes, para mostrar al próximo grandullón que me llore en mi consulta.

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