Recuerdo que un venerable escritor de mi tierra narraba en un artículo de prensa que en su niñez fue popular un purgante infantil aromatizado al cacao pero de sabor repugnante, y que numerosas víctimas de tan desagradable remedio, de mayores no han soportado el chocolate. Qué bien ilustra este relato la relación de Estrella de Belén, flor de los traumas, con la alimentación.
Pues no son pocos los que, en albor de sus vidas, han sido forzados, con mayor o menor violencia, en el seno del hogar o en la escuela, a comer alimentos, a menudo verduras, poco apetecibles o con particulares sabores. La perspectiva de encontrar en nuestro plato guisantes, coles de bruselas, brocoli, acelgas, espinacas o sopas (un clásico), entre otros, puede, efectivamente, hacer aflorar en algunas personas dolorosas emociones asociadas a recuerdos de cucharas forzadas en la boca, castigos y otros dramas domésticos.
Está claro que, como adultos, podemos elegir evitar estos alimentos y enterrar en nuestra memoria esos angustiosos episodios que nos dejaron tan mal sabor de boca. El problema se impone cuando intentamos adoptar una forma de alimentación más saludable que implica, necesariamente, un gran consumo de verduras variadas, locales y de la estación, y nos vemos atrapados entre el querer comer bien y el asco que nos producen esas hortalizas que humean en el plato.
La Estrella de Belén puede sin duda ayudarnos a pasar página y a ver estos alimentos con nuevos ojos, aprendiendo a cocinarlos de manera más apetitosa, asociándolos de manera creativa, o simplemente tomando verdadera consciencia del bien que las verduras pueden aportar a nuestra calidad de vida. Pues el problema no está en el alimento sino en la experiencia dolorosa que conviene purgar.
Pues comer verduras no sólo es sano sino que puede ser delicioso, así que a freír espárragos esos recuerdos que molestan en el subconsciente.
Fuentes:
- BACH Edward, “Les douze guérisseurs”. Macro Editions 2016.
- SCHEFFER Mechthild “La Terapia Floral de Bach”. Ediciones Urano 1992.
