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Como se ha comentado anteriormente en este blog, el universo dietético está vastamente poblado de teorías, tendencias, modas, opiniones y corrientes de pensamiento entre las que elegir a la hora de adoptar un plan para nuestra alimentación. Y, por descontado, los portavoces de cada escuela nos aseguran que su doctrina es la buena y es, generalmente, excluyente con respecto a las otras opciones. A ello se suma toda la información que, con fundamento consistente o no, se publica en revistas de “salud”, no tan sólo en el período “Operación Bikini”, cuando se acerca el verano, sino el resto del año, pues el tema de la alimentación da de sí los 365 días, dado que todos quereoms estar delgados, y a todos nos gusta comer.

Efectivamente, el bombardeo es considerable, y al confusión que se crea, todavía más. Por ello, no es de extrañar que muchos de nosotros pasemos por estados Cerato con respecto a la comida, en que necesitamos consejo, pues no sabemos muy bien qué llevarnos a la boca.

En el mejor de los casos consultaremos con un profesional que, si realmente lo es, nos confeccionará un programa dietético personalizado y ajustado a nuestras características y necesidades. En el peor, echaremos mano de una dieta de moda que le esté funcionando a la vecina, sin considerar si es adecuada para uno o no.

Pero en cualquier caso, el problema radica, más que en no saber qué comer, en no escuchar al cuerpo y no confiar en la propia sabiduría. Pues la mayoría de nosotros, una vez adultos y habiendo experimentado diversas opciones, sabemos perfectamente lo que no sienta bien y lo que no, lo que nos garantiza un tránsito intestinal fluido, un nivel energético óptimo, lo que nos permite descansar por las noches, así como tenemos identificados aquellos nutrientes (o anti-nutrientes) que nos hacen daño.

Pero en estado Cerato necesitamos que sea otro el que nos lo diga, garantías externas, alguien o algo a qué encomendarnos y a quien culpar si no obtenemos los resultados deseados.

Cerato nos devuelve, pues, la confianza en la propia opinión, la responsabilidad sobre nuestra alimentación y, en definitiva, las riendas de nuestras vidas, pues si somos lo que comemos, sólo uno mismo debe decidir quien és y, por tanto, cómo come.

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