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Ponerse una meta en questión de alimentación, es un reto que a algunos motiva y propulsa, y a otros asusta. Existe además un tercer grupo de individuos que ni siquiera se lo plantean pues parten de la base de que no están dotados para un cambio de dieta. A ellos, Bach les dejó Larch.

Ya se trate de pasarse al vegetarianismo, abandonar el gluten o evitar los alimentos hipercalóricos, un nuevo planteamiento dietético necesita de una cierta determinación y confianza en uno mismo, pues ningún cambio es fácil, y son precisamente estas cualidades de las que carecen los individuos Larch. Basándose a menudo en experiencias negativas pasadas, no se creen capaces de decir no a las tostadas con mantequilla o al bocadillo de mortadela, pues, bajo su opinión, simplemente no tienen ni la fuerza de voluntad ni el arrojo necesarios.

Olvidan que cada nueva experiencia nos ofrece nuevas oportunidades y que ya no somos la persona que éramos hace seis meses. Se subestiman (en general, o en una faceta concreta de su vida, en este caso, la alimentación), e infravaloran su imaginación y capacidad de estrategia para afrontar el desafío de un cambio en los hábitos culinarios. Paradójicamente, esta apreciación negativa de sus aptitudes está infundada, a pesar de los posibles fracasos anteriores, pues suelen ser individuos con un talento superior a la media, quizás traumatizados por el acoso de envidiosos en el pasado. Lo peor es que se comparan con otros, admirando sin resentimiento aquellos que triunfan en su cometido, lo que les hace sentirse aun más inferiores.

En efecto, en estado positivo, los individuos Larch recuerdan que un fracaso es una oportunidad de aprendizaje en el camino hacia un objetivo, que nos enseña algo más de nosotros mismos y nos mueve a buscar otras maneras de hacer, o, en este caso, de comer. Redescubren su creatividad en la cocina para substituir ingredientes, inventar recetas y evitar las ansias de dulce. Encuentran de nuevo su tenacidad y se perdonan las recaídas, entendiéndolas como una parte del proceso y no como el final fatal del mismo. Entienden también que el proceso de cada uno es personal y que no podemos medirnos en función de los logros de los demás.

Finalmente, Larch nos recuerda que el amor propio y el sentimiento de valía son incondicionales y no dependen de triunfos o fracasos ni propios ni ajenos, y que deben alimentarse todos los días si queremos llevar una vida tranquila y feliz.

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