
Ya sea por un rasgo de personalidad o por estar inmersos en la vorágine maratoniana propia de nuestra cultura, el comer deprisa ha tomado dimensiones epidémicas entre nosotros, con las nefastas consecuencias que ello comporta. La falta de tiempo y la prisa crónica son las culpables, y es precisamente para este tipo de circunstancias que Bach nos dejó Impatients.
En efecto, la comida rápida o “fast food” es un símbolo de nuestra era, pues satisface las necesidades de aquellos que no quieren o no pueden esperar el tiempo lógico que precisa la elaboración de un plato, pues la pausa para el almuerzo es cada vez más corta (cuando la hay), y a menudo se aprovecha para ir al dentista o hacer las compras. Por otro lado, y en sintonía con esta dinámica propia del modo de vida vida complejo y sobrecargado al que nos incita la sociedad occidental, una vez tenemos la comida en el plato, tampoco tardamos en tragar, mientras leemos, chateamos o miramos la televisión, los alimentos a los cuales prestamos poca o ninguna atención. Es realmente sorprendente, tratándose de la necesidad más básica para la subsistencia, cómo se ha trivializado el momento de comer, otorgándole poco tiempo e importancia, sin entrar en el tema de la calidad de los productos que ingerimos, y en la batalla de precios (en detrimento de esta calidad), pues no hay realmente ningún escándalo en invertir varios cientos de euros en un teléfono, pero añadir cincuenta céntimos a un producto bio nos parece aberrante. Y no hablemos de los malos hábitos.
Volviendo al tema de las prisas, comer atolondradamente es nocivo porque entorpece la digestión y puede producir gases, dolor de estómago, diarreas, estreñimiento, desnutrición e incluso intolerancias alimenticias. La digestión empieza en la boca, pues la saliva contiene enzimas digestivas necesarias para la transformación de los alimentos, y la masticación tritura cada bocado para que llegue al estómago en pequeños pedazos y pueda ser digerido. Cuando comemos deprisa, la saliva no se mezcla suficientemente con la comida ni es esta despedazada, con lo que el sistema digestivo se ve en dificultades para hacer su trabajo. La fermentación y putrefacción de los alimentos mal digeridos es la causa de los gases y la flatulencia, como la llegada de trozos grandes de comida al intestino es responsable de intolerancias y dispepsias. La alimentación rápida forma parte además de uno de los factores de riesgo para el aumento de peso.

La toma de esta flor, además de solventar apretones y gases, puede hacernos redescubrir el placer de comer, de disfrutar lentamente de los sabores, aromas y texturas que el arte culinario tiene a ofrecer, de paladear cada bocado con exquisitez y de reencontrar en el acto de alimentarnos, todos los beneficios nutricionales, psicológicos y sensoriales que le son propios.