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En una ocasión, hace más de una década, fui a comer entre semana a un restaurante vegetariano en Madrid. Fui sola, pues estaba de paso en la ciudad, y me sorprendió el hecho de que había una media docena de comensales en el local, y todos sin excepción comían sin compañía. En ese momento me dije que los vegetarianos en este país éramos seres incomprendidos y solitarios, como los Water Violet. Pero también que los restaurantes omnívoros no proponían suficientes opciones vegetarianas para nosotros, los “bichos raros”. De modo que estábamos condenados a que nos diesen de comer aparte.

Afortunadamente, y con el auge globalizado del veganismo sobretodo entre los más jóvenes, los menús han evolucionado considerablemente, diversificándose y adaptándose a las nuevas demandas de consumo. Ello permite una inclusión de los que comemos de manera “diferente” en los festines “normales”, integración que yo ya había conocido en mis años londinenses.

Sin embargo, en nuestra cultura latina, estamos todavía lejos de que eso sea el caso en todas partes, y el hecho de seguir un régimen alimenticio determinado puede ser motivo de aislamiento, dado el carácter y la función social de la alimentación. Algunos encuentran maneras de esquivar esta contrariedad contentándose con comer ensalada en los restaurantes o traicionando “excepcionalmente” sus principios. Otros, completamente serenos y en paz con respecto a sus elecciones nutricionales, y sin tanta necesidad de socializar, se mantienen voluntariamente alejados de reuniones mundanas alrededor del bufete. Son los tipos Water Violet.

Si bien es loable esta postura, y el ascetismo de estos individuos inspira a menudo a aquellos con menos determinación, es cierto que su auto-infligida alienación no ayuda a evolucionar hacia un mundo diverso, donde todas las opciones cohabitan. Sin mencionar que el aislamiento extremo es peligroso y, en el caso de la alimentación, nos impide descubrir nuevos universos culinarios.

La violeta de agua nos ayuda a salir de la burbuja y a encontrar nuestro lugar en el convite. A compartir nuestro punto de vista en cuanto a la comida se refiere, que, de hecho, puede interesar a más personas de lo que pensábamos. Es cierto que en ocasiones es difícil tener paciencia con los graciosillos que se ensañan con la diferencia, por inseguridad, o por pura estupidez. Pero la evolución pasa por ignorar a los retógrados y aportar cosas nuevas. Y eso los Water Violet, en positivo, saben hacerlo muy bien.

Fuentes:

  • BACH Edward, Les douze guérisseurs, Macro Editions 2016.
  • SCHEFFER Mechthild, La terapia floral de Bach, Urano 1992.

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