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Lo vemos, actualmente, trivializado en numerosos Spas como ritual exótico de placer, y sin embargo, el masaje con pindas, ofrece más beneficios terapéuticos que meramente la relajación, y su práctica se remonta a varios siglos atrás en la historia de Tailandia.

Efectivamente, ya en el siglo 14, en el periodo tailandés Ayutlhoya, se empezó a usar este sistema para aliviar el dolor muscular y reducir las inflamaciones de los soldados que volvían de la batalla. Más tarde se desarrolló la técnica y su uso se diversificó, popularizándose particularmente para casos de artritis y como tratamiento post-parto.

Las pindas consisten en unos saquitos de tela de algodón, rellenos de arroz, plantas aromáticas y especias, que se calientan al vapor y se aplican en forma de masaje sobre la piel. El organismo se beneficia del calor, activando la circulación (por lo que se desbloquea la energía y se nutren los tejidos), así como de los aceites esenciales que, por efecto del vapor, se liberan de las plantas aromáticas que rellenan la pinda (lemongrass, menta, salvia, tomillo, alcanfor, tilo, etc.), que son absorbidos por la piel e inhalados. Se utilizan diversos saquitos en cada masaje, y diferentes combinaciones de plantas y especias según cada caso. Por ejemplo, para un masaje drenante utilizaremos menta y ciprés, y para uno estimulante, jengibre, te negro y canela.

Las pindas se aplican en movimientos rotativos y ascendentes sobre la piel, combinados generalmente con manipulaciones manuales de quiromasaje, y con aceites vegetales y esenciales, empapándose incluso, en algunos casos, la pinda con el aceite, aunque también se puede trabajar con la pinda humedecida al vapor.

De cualquier modo, este tradicional masaje asiático constituye una opción sumamente placentera, además de terapéutica, de restablecer el equilibrio del organismo ablandando la musculatura, suavizando la piel, y seduciendo los sentidos.

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