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Cerato y yo nos conocíamos de vista, como aquel que dice, hasta esta semana. Recuerdo haberla incluido en una mezcla para un niño que dependía demasiado de la opinión de su madre (una madre tipicamente Red Chestnut, la horma del zapato de un Cerato), pues esta flor está indicada para aquellos que tienen dificultad en confiar en sus propias opiniones, y como consecuencia, buscan las respuestas en los demás.

Estuve tentada de tomar la Ceratostigma willmotiana hace unos meses cuando, en el proceso de creación de mi centro de terapias, sentí la necesidad de consultar con “expertos”. Sin embargo concluí que era una buena cosa contar con la opinión de profesionales del sector, siempre que la decisión final la tomara yo, y por ello la desestimé en mis auto-prescripciones, a favor de Scleranthus, ya que mis dilemas eran a menudo, entre A y B.

Además, siempre he sido ese tipo de persona a quien no le gusta que le digan lo que tiene que hacer, y con los años me he vuelto incluso más crítica con mis maestros. Por ello, una vez más, me preguntaba qué nueva sabiduría iba a obtener de Cerato. La respuesta no se hizo esperar.

Una noche en mi casa, mientras veía por enésima vez la película “El Secreto”, que en su momento me inspiró mucho, emergió a mi consciencia, como empujada por una fuerza interior, la idea de que, por mucho que desconfíe y ponga en tela de juicio (por sistema) la opinión de otros, confío y me apoyo en las grandes doctrinas como son la física cuántica, el pensamiento positivo, el Taoísmo, y otras del estilo. Y aunque no soy experta en ninguna de estas materias, todas me han aportado un pedacito de verdad. Pero viendo “El Secreto” me di cuenta de que escuchar repetidamente esas teorías no me iba a aportar nada nuevo, sino era capaz de construir con ellas mi doctrina personal.

Y por supuesto, providencialmente, apareció entre mis DVD’s la película Siddharta, novela que he leído repetidamente, y cuyo mensaje central es precisamente este: uno tiene que buscar su propia verdad. Ni Brahmanes, ni Budha, ni la bella cortesana ni el rico mercader pueden enseñar a Siddharta lo que tiene que aprender, y sólo liberándose de sus maestros, uno detrás de otro, consigue, al final de su vida, la iluminación.

Y esto es precisamente lo que nos aporta Cerato, esta confianza en la propia intuición, en la “voz interior”, y en el conocimiento que uno tiene, al margen de doctrinas y teorías, y por supuesto, al margen de la opinión ajena. Como dijo un maestro “sólo cuando la voz interior suena más fuerte que las exteriores, uno es dueño de si mismo”.

Porque, al fin y al cabo, es lo que todas las grandes doctrinas vienen a enseñarnos, de una manera u otra. Si tan sólo no cogiésemos la zanahoria por las hojas, escarbásemos un poquito en nosotros mismos, y nos dejásemos de mitos, ídolos y dogmas, encontraríamos la única verdad posible, que está, sin duda, dentro de cada uno.

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