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Con motivo de una demanda de consejo dietético por parte de alguien a quien aprecio mucho, pero que vive demasiado lejos como para pasarle consulta en persona, me dispongo a poner en orden y sintetizar una serie de recomendaciones generales que mi formación como naturópata, pero sobretodo mi experiencia en consulta, me han enseñado.

No es fácil, pues el tema de la alimentación es muy personal e intrínsicamente ligado al plano emocional, sin hablar de la diversidad de corrientes dietéticas entre las que elegir, por lo que dar directrices válidas para todo el conjunto de la humanidad, no es muy realista. Sin embargo, considero que hay una serie de normas aplicables, en general, a todo el mundo y que pueden ayudarnos a identificar nuestras necesidades y, eventualmente, trazar un plan. El resultado, sin embargo, dependerá de diversas variables. Vamos allà.

Toma de conciencia
Para empezar, en un mundo ideal, antes de cambiar nada, deberíamos pasar una semana apuntando diariamente en un cuaderno y con total honestidad, todo lo que comemos y a qué hora. Pues he podido observar que tenemos muy poca consciencia de nuestros hábitos y pecados alimenticios. La prueba es que en la primera consulta, ante la pregunta de “¿qué come usted habitualmente?” he obtenido a menudo como respuesta “ensalada y pescado a la plancha”. Por contra, si les pregunto “¿qué comió usted ayer durante todo el día?” me van a contar, invariablemente, que ayer fue un día especial en que quedó con una amiga y se comió un frankfurt con ketchup y mostaza acompañado de patatas fritas con mayonesa, o que ayer fue el cumpleaños de su hijo y, claro, tuvo que comer pastel, y otros relatos de este tipo. Me sé incluso de una (a quien adoro) que cada vez que voy a verla tiene en la mesa de la cocina un paquetito de pastas dulces, y cada vez me jura y perjura que lo ha comprado porque venía yo, sólo que el paquetito ya está empezado cuando yo llego, y luego me dice lo de que “yo no se por qué me engordo, ¡si no como nada!”. Si realmente es el caso, que la persona come pescado a la plancha y ensalada únicamente cada día, y padece de sobrepeso, debería consultar un endocrino, porque algo anda mal en su metabolismo. Pero no es el caso normalmente, lo que sucede es que lejos quedaron los días en que el pastel se reservaba para el domingo, y las comidas copiosas para Navidad. Vivimos en una era en que la comida es barata y accesible y, quizás todavía traumatizados por la hambruna de la post-guerra (que, a ver si lo superamos algún día), o porque somos animales de acérrimas costumbes, o porque nuestra imperiosa necesidad de identificarnos con un grupo nos hace claudicar frente a los usos alimenticios a menudo malsanos de nuestra cultura, la cuestión es que no perdonamos ocasión de picar, tapear, celebrar, y “guarrear” en general. Y el problema es que no nos damos cuenta, por lo que anotar todo lo que comemos es un primer paso imprescindible para un nuevo comienzo. El riesgo es que cuando observamos, la realidad se transforma, y puede que esa semana, a causa de la nueva consciencia, no nos permitamos tantos caprichos como de costumbre. Además, a nadie le gusta pagar a una dietista para que le diga que apunte lo que come en un cuaderno, pero estamos hablando de un mundo ideal.

Deshabituación
El segundo paso, una vez tenemos una lista realista de nuestro patrón dietético, sería eliminar durante la siguiente semana todo aquello que no sea “sano” dentro de esta lista y fuera de ella. Y por sano me refiero a alimentos verdaderos, por lo que quedan excluídos no sólo la “comida basura” (frankfurts, pizzas industriales, platos precocinados, etc.), y alimentos azucarados (no olvidemos que hasta el pan contiene azúcar), sino todo aquello que sabemos o intuímos, no es bueno para la salud. El problema aquí es que la publicidad engañosa de la que somos víctimas, en el perverso mercado de la alimentación, crea mucha confusión, pero en realidad es muy simple: si ha pasado por diversas máquinas, ha sido mezclado, contiene ingredientes innombrables, o está muy muy lejos de un producto que haya producido la naturaleza, es, en general, no muy recomendable. Esta etapa nos va a revelar una serie de adicciones que desconocíamos y ahí entramos en el terreno pantanoso de la relación entre la comida y las carencias afectivas, el estrés, el aburrimiento, la pena, la sensación de vacío y un largo etcétera responsable, en último término, de nuestras trasgresiones dietéticas. Por lo que, en este mundo ideal desde el que escribo, deberíamos antes de nada o, al menos, paralelamente a una dieta, tratar estos vínculos afectivos con la comida. Para ello, yo he trabajado a menudo con las flores de Bach, pero otras terapéuticas como la homeopatía, la hipnosis o, por qué no, la psicoterapia, son altamente recomendables, según el grado de sufrimiento que experimentemos cuando eliminamos porquerías de nuestro menú.

Ejercicio físico
Tercera fase, y ahí a menudo me enfrento con un gigante inamobible: “¿está usted dispuesto/a a hacer ejercicio?”. O no se tiene tiempo, o no se tienen ganas, o para eso vienen a hacer dieta, para no tener que ir al gimnasio. Veamos, yo no soy fan del recuento de calorías quemadas ni promuevo la adhesión sistemática a un club deportivo, pero es imprescindible moverse para activar el metabolismo. Me baso, cuando digo esto, en la teoría de la medicina tradicional china en que el principal órgano de la digestión es el bazo-páncreas, el cual se asocia a la musculatura y a las extremidades, por lo que cuando hacemos ejercicio, moviendo brazos y piernas, estamos favoreciendo la digestión y la correcta metabolización de los alimentos. No en vano la sabiduría popular china dice que hay que dar “cien pasos después de comer”. Además, con la vasta gama de posibilidades de ejercicio que tenemos al alcance, zumba, tai chi, paseos organizados, rutas en grupo en patines o en bici, aquagym para la tercera edad, entre muchas otras opciones, generalmente a precios asequibles o incluso gratis, no tenemos excusa. Simplemente hay que motivarse para levantar el trasero del sillón, y si no lo conseguimos es que no hemos trabajado suficientemente la segunda fase, la de las emociones. No hace falta añadir que el ejercicio mejora el estado de ánimo, por lo que, en realidad, esta fase y la anterior, se retroalimentan.

Comer bien
Llegados a este punto, habremos hecho ya bastante trabajo y ¡todavía no habremos empezado a hacer dieta! El caso es que, como naturópata, más que dietista, mi enfoque está en la salud, más allà del número de kilos que consigamos bajar. Y es ahí donde, personalemente, encuentro difícil trabajar el tema dietético pues, bajo mi punto de vista, el siguiente paso sería aprender a comer bien, y esto es lo que mucha gente no entiende. La gran mayoría de clientes que he tenido han venido a mi consulta para bajar peso, lo cual no tiene nada de malo, pero con la intención de sacrificarse durante un tiempo hasta poder calzarse el bikini o bañador, para volver a la “normalidad” después, y regresar a mi consulta la primavera siguiente para volver a empezar. Este hecho, recurrente, me ha producido tal frustración que he terminado por no proponer la consulta dietética en mi menú de servicios. Considero que mi función, en tanto que profesional de la salud, es de promover un estilo de vida saludable; planes deitéticos rápidos para entrar en el bikini deseado se pueden encontrar a porrillo en revistas femeninas. Hablo en femenino pero este planteamiento lo he visto tanto en mujeres como en hombres.

Pero, volviendo al mundo ideal que me gusta proyectar, el cuarto paso, como digo, sería aprender a comer bien. Esto tiene muchas lecturas, pues cada corriente dietética de las muchísimas que existen en este mundo, (desde la macrobiótica a la dieta paleo pasando por la atkins, la montagnard, la anti-dieta y otras muchas) promete la felicidad absoluta y cuenta con un club de fans que ofrece numerosos testimonios de su eficacia. Es difícil elegir, y cada terapeuta usará aquella en la que crea. Yo, personalmente, he trabajado casi siempre con la dieta disociada, combinada con la teoría del grupo sanguíneo (cuando lo conocíamos), y he obtenido buenos resultados. La ventaja de la dieta disociada es que no es necesario contar calorías e incluye todos los grupos de alimentos, lo que posibilita una dieta variada y equilibrada. Consiste, básicamente, en aprender a diferenciar los carbohidratos (féculas, cereales) de las proteína (carne, pescado) y no mezclarlos en la misma comida, pudiendose combinar proteínas con verduras, o carbohidratos con verduras, pero no proteínas con carbohidratos. Además de hacer las cinco comidas diarias, no comer la fruta como postre y comer los lácteos separadamente.

Escuchar al cuerpo
Sin embargo, puesto que estamos en un maravilloso mundo ideal, lo que realmente deberíamos hacer, si queremos aprender a comer bien, es escuchar al cuerpo. Con esto me refiero a retomar el contacto con nuestro organismo y aprender a identificar aquellos alimentos que nos benefician, de los que no, así como nuestras necesidades alimenticias en los diferentes momentos del día, del mes (sobretodo las mujeres), del año e incluso de la vida, pues las necesidades en nuestra juventud no son las mismas que en la tercera edad, por lo que deberíamos adaptar nuestros hábitos a medida. Esto, que otrora fuera instintivo, ha quedado totalmente pervertido tanto por el engañoso bombardeo publicitario como por el voluminoso entresijo de información, a menudo dudosa, que podemos encontrar en la red, y que nos deja completamente confundidos y a merced de modas o, en el mejor de los casos, en manos de un bienintencionado profesional. Por supuesto que, como primer paso. cuando no tenemos ni idea, es siempre una buena idea consultar con un profesional que nos oriente, y/o inspirarnos en teorías dietéticas bien instauradas. Pero nuestro propio cuerpo debería ser el (y de hecho lo es) el dietista interno que nos diga qué debemos comer, pues todos somos distintos y únicos. A la frecuente pregunta de si un alimento determinado (el aguacate, por ejemplo) engorda, yo siempre respondo lo mismo: “el aguacate no engorda, el que engorda eres tú”. La prueba feaciente es que todos conocemos a alguien que come como una lima, pasta, pizzas, o lo que sea, y está como un palillo. Es cuestión de metabolismo, y es por esto que es imprescindible prestar atención a nuestro ser, si es que conseguimos por un momento librarnos de los mecanismos de distracción masiva a los que estamos constantemente sometidos. Por fortuna, aunque no casualmente a mi parecer, emergen prácticas como el “mindfulness”, consciencia del momento presente, que nos devuelven el contacto con el aquí y ahora, con nuestra respiración, con los latidos de nuestro corazón y, por qué no, con el efecto que nos ha causado la cena de anoche.

A parte de todo esto, hay otras normas generales, en sintonía con la naturaleza y los ciclos de la vida que son, sin duda, universales. Comer alimentos locales y de temporada, producidos con métodos naturales, no atiborrarse ni pasar hambre es de sentido común, lástima que este sea el menos común de los sentidos. Y, por encima de todo, desconfiar totalmente de cualquier plan dietético que venga dentro de un sobre o en forma de comprimidos milagrosos pues, aunque puedans ser temporalmente eficaces, sólo la naturaleza puede proveernos de lo que necesita nuestro cuerpo para guardar la línea a largo plazo y, lo que es más importante, gozar de salud y vitalidad.

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