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Lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en esta flor es la nostalgia, la melancolía y el vivir anclados en el pasado. Se suele recomendar a aquellos que se recrean en sus glorias o tragedias pasadas con más asiduidad que el común de los mortales. Y ciertamente, cuando nos pillamos a nosotros mismos idealizando un pretérito supuestamente mejor, es el momento de considerar la toma de Madreselva.

En mi caso, aunque la nostalgia no es una emoción que me sea ajena, viendo la dinámica que ha ido teniendo este experimento con las flores de Bach, sospechaba que los tiros irían por otro lado, y estaba en lo cierto. Aunque ese otro lado sólo he venido a descubrirlo hoy, releyendo el libro de Mechthild Scheffer “La terapia Floral de Bach”.

Esta autora pone como ejemplo clásico a la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por volver la vista a Sodoma en lugar de centrarse en la huída y en su salvación. Y he asociado automáticamente el analogismo a la resistencia al cambio que experimentamos a menudo sin darnos cuenta. Yo por lo menos, y particularmente en este momento de mi vida. Pues, por mi naturaleza inquieta, he llevado una dinámica bastante nómada los últimos casi veinte años, disfrutando las ventajas (aunque pagando también el precio) de la libertad y el desapego. Hasta que ha llegado un punto en el que he sentido la necesidad de establecer compromisos a largo plazo (aunque no para siempre) para poder desarrollar aspectos de mi vida que el nomadismo no permite. Pero pronto, presionada por algunas dificultades, me he visto retrayéndome de mi intención de estabilidad y aferrándome a mi tendencia a vivir episodios muy cortos. Resistiéndome al cambio que supone en mi vida el plantearme secuencias más largas.

Ahí es donde he visto mi estado Honeysuckle, no tanto en la nostalgia del pasado pues, de hecho, me encantan las novedades, sino en el apego a un estilo de vida que mi propia persona ha sentido la necesidad de cambiar.

El problema es que, para alguien como yo, tan supuestamente acostumbrada a los cambios de casa, de trabajo, de ciudad, o de entorno, identificar la resistencia al verdadero cambio, uno más interno y fundamental, puede ser complicado. Suerte que estaba ahí la Lonicera caprifolium para evitar, justo a tiempo, que mi piel fuese tomando una textura granulosa, blanquecina, salada, como de estatua mirando, melancólicamente, en dirección a Sodoma.

Próxima semana: Hornbeam (Carpinus betulus)

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