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ortorexia

A muchos de nosotros nos gustaría llevar una alimentación impecable que, acompañada de ejercicio físico y meditación todas las mañanas, nos proporcionase un cuerpo vibrante de energía y un espíritu impoluto. Sin embargo, bien sabemos que este mundo ideal es una utopía que puede inspirarnos pero no realizarse. Excepto para los tipos Rock Water, que viven en ella como dioses inalterables. O al menos, eso creen.

Estos individuos siguen estrictos regímenes dietéticos al pie de la letra sin cuestionarlos ni cuestionarse, sintiéndose ejemplares y haciendo caso omiso a posibles críticas. Dogmáticos, pueden perfectamente encarnar al gurú alimenticio (papel en el que se sienten muy a gusto) aunque en realidad no intentan convencer a nadie, tan ocupados están en admirarse a ellos mismos.

Ni que decir tiene que, en nuestro mundo occidental, sobrealimentado pero malnutrido, estos tipos se hacen remarcar y no son muy bienvenidos en reuniones en que la comida juegue un rol importante, es decir, en casi todas las reuniones, pues no sólo no comerán casi nada, sino que además mirarán con escepticismo el menú.

Por ello, la sociedad ha creado un término para estos perfiles, pues en los últimos tiempos oímos hablar de los “ortoréxicos”, denominación que no me gusta demasiado, pues evoca de alguna manera la anorexia y tipifica la vigilancia alimentaria como trastorno. Me pregunto porqué no ha surgido un calificativo como “basuréxicos” que designe aquellas personas que sólo consumen alimentos industriales y de mala calidad. Pero por su puesto que la vigilancia excesiva, soberbia y obsesiva de la alimentación comporta problemas en el individuo, y Rock Water peca, sin duda, de este exceso de orgullo, creyéndose poseedor de la verdad absoluta.

De modo que, satisfechos de ellos mismos, estos individuos desdeñan en secreto al Waterfallprójimo cuando ven a éste comerse un donut, ignorando obcecadamente que a una parte muy íntima de su ser le gustaría, en las ocasiones que lo merecen, saltarse la dieta e hincarle el diente a una hamburguesa. El problema es que las restricciones intransigentes provocan revoluciones, y es posible que en algún momento estos idealistas oscilen violentamente y caigan en el lado oscuro, el de los “basuréxicos”. O bien que terminen cosechando carencias alimenticias, además de una gran insociabilidad.

El agua de roca nos desciende del pedestal al que creemos subidos y nos hace ver la realidad a la altura de los ojos, poniéndonos en contacto con nuestra humanidad, con nuestras debilidades y con nuestro verdadero “yo”, para mejor conocernos y poder construir una fortaleza desde el interior que nos permita deslices alimenticios de vez en cuando. Pues la salud no se construye con la privación, sino con unos hábitos de alimentación y de vida sensatos que nos proporcionen una energía vital que pueda hacer frente a puntuales excesos.

Fuentes:

  • “La terapia floral de Bach” Mechthild Scheffer
  • “Les douze guériseurs” Edward Bach

 

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