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Tan vasto es el campo de la fitoterapia que permite un descubrimiento contínuo de nuevas plantas aromáticas y medicinales y, por tanto, de nuevas posibilidades terapéuticas. Mi última adquisición es la Nigella o comino negro, usada sin embargo ya en el imperio Egipcio. Su particularidad: produce tanto aceite vegetal como esencial, multiplicando así las vías de aplicación.

Originaria de Asia y naturalizada en los países mediterráneos, encontramos vestigios de aceite de Nigella Sativa nada menos que en la tumba de Tutankamon pues los egipcios, grandes alquimistas y aromaterapeutas, lo han usado tradicionalmente por sus propiedades calmante, hidratante, digestiva, immunoestimulante y anti-inflamatoria entre otras. No en vano llaman también “aceite de faraones”.

Se trata de una planta anual de la familia de las ranunculáceas, que produce una bella flor azul, y de cuyas semillas se extrae, por presión en frío, su aceite vegetal, del cual, a su vez, se extrae por destilación el aceite esencial, del cual contiene un 0,5 a un 3%.

El aceite vegetal contiene una gran cantidad de ácidos grasos poli-insaturados, particularmente ácido

linoléico (entre un 50 y un 60%), de la familia de los omega-6, el cual participa a la reconstitución de los lípidos de la piel, asegurando su elasticidad y conservando su hidratación. También contiene ácido oléico (ácido graso esencial mono-insaturado omega 9) y, en menor cantidad un ácido graso saturado, el ácido palmítico. A ello se debe su reputación para tratar problemas de la piel como eczema, acné o psoriasis. A nivel interno se usa como complemento alimentario, en pequeñas dosis (tres cucharadas de café al día, con las comidas), pudiéndo ser beneficiosos en problemas digestivos, alergias, o incluso problemas respiratorios. De hecho, su compercialización es más habitual en forma de producto cosmético, como el aceite de argán o de jojoba, pero también lo encontramos al lado del aceite de oliva, como aceite de comino negro, perfectamente comestible, en tiendas de productos biológicos.

El aceite esencial contiene, entre otros, “nigelona” un principio activo identificado por un laboratorio egipcio en los años 50 sin efectos tóxicos y con propiedades broncodilatadoras, por lo que empezó a recomendarse en el tratamiento del asma y la bronquitis. En este país, en el medio veterinario, es habitual el uso de la nigella para problemas respiratoris en caballos. Estudios posteriores han demostrado su acción positiva sobre el sistema immunitario, y su efecto anti-inflamatorio. Es por ello que esta esencia se usa también como analgésico y como tónico general del organismo. La presencia, además, de vitamina E lo convierte en un antioxidante natural, como guinda de sus virtudes.

Aunque algunas escuelas de Aromaterapia prescriben la ingesta directa (o diluídos en miel o azúcar) de aceites esenciales, mi opinión es que se debe tener un muy buen motivo y muy claras las dosis para tomarlos por vía oral, pues existen riesgos de daños en el sistema digestivo, sobretodo tratándose de un aceite como la Nigela, de la familia del comino. Por lo que una vez más, el consejo de un profesional es imprescindible.

Por vía externa, como haríamos con otros aceites esenciales y vegetales, basta con respetar las dosis habituales prudentes que son 60 gotas de aceite esencial por 100 ml de aceite vegetal para preparados corporales, y 20 gotas de aceite esencial por 100 ml de aceite vegetal para preparados faciales. Sabiendo esto, podemos crear nuevas sinergias con otros aceites esenciales (recordemos que se potencian entre ellos) que diversifiquen los estímulos que aplicamos a nuestro cuerpo para promover su equilibrio y bienestar.

Y yo, que acabo de descubrirlo. Si Tutankamon levantara la cabeza…

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