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Usada por su importante efecto antibiótico desde los tiempos de Aristóteles, satanizada por la FDA, rescatada su reputación por la NASA, desacreditada por un famoso caso de “argiria” o piel azul, la plata coloidal es motivo de encarnecidas discusiones en foros de salud que ponen en tela de juicio su uso, a pesar de sus sólidas bases y numerosos defensores.

Se trata de un caso clásico de lo empírico versus lo científico. Uno más, como es frecuente en el campo de la medicina natural, en que la eficacia demostrada por siglos de experiencia no consigue el beneplácito de la ciencia, al no existir estudios clínicos (la mayor parte de veces), o no validar estos el producto.

Así pues, los remedios a base de plata, integrantes de la farmacopea romana, y usados en la antigüedad tanto por los médicos chinos como por campesinos en su sabiduría popular (introduciendo una moneda de plata en las jarras de agua para purificarla), evolucionaron en una forma más refinada, la plata coloidal, la cual en 1938 contaba con 95 usos registrados, principalmente su acción bactericida, funguicida y antivirica, pero también como remedio contra la tos ferina, la gonorrea o la meningitis entre otros, lista compilada por el Dr. Peter Raynolds en los años 90. Sin embargo, el descubrimiento de la penicilina desbancó el uso de la plata coloidal al resultar esta primera, a priori, más efectiva. Más tarde, la FDA se pronunció en contra del tradicional remedio como producto para uso interno al no existir estudios concluyentes que defendieran su eficacia y seguridad (aunque tampoco los hubiera que demostrasen lo contrario).

La más reputada de sus propiedades es su acción antibiótica, que podría equipararla a un antibiótico de largo espectro, pues su presencia desata una enzima que modifica el ph de virus, bacterias y hongos, provocando la muerte de estos organismos, según los trabajos de Robert O’Becker del Centro Médico Universitario de Siracusa en los EEUU. Esto la hace valiosa en un gran abanico de infecciones, desde enfermedades sépticas bucales a candidiasis, pasando por bronquitis o conjuntivitis. No en vano la mayor parte de hospitales americanos han optado por sistemas de ionización del plata y cobre para erradicar  la “legionela” en sus sistemas de agua caliente. La principal ventaja de este producto es que, a diferencia de los antibióticos convencionales, no destruye la flora intestinal benéfica, la cual constituye el 70% de nuestro sistema inmune.

La principal crítica de los escépticos se basa en su toxicidad, al tratarse de un metal pesado, asegurando estos que el cuerpo no es capaz de metabolizar la plata acumulándose esta en los tejidos y causando, entre otros efectos, la argiria o “piel azul”. Un caso conocido es el de Paul Karason, que adquirió la enfermedad después de una dosis intensiva y largamente prolongada (10 años) de este suplemento. Lo sensacionalista de su aspecto, así como su presencia en un programa de Oprah Winfrey, puso sobre la mesa de la opinión pública la controversia del producto. También su uso en el embarazo es motivo de gran polémica, pues no hay estudios (de nuevo) que aseguren su inocuidad, aunque no debemos olvidar que raramente se realizan experimentos con productos en mujeres embarazadas, por lo que es imposible saber si es adecuado o no.

Sin embargo, la plata coloidal es una solución de nanopartículas de plata en agua destilada y con una carga eléctrica que hace que se repelen las unas de las otras y se mantengan suspendidas. Esto es, partículas que miden entre 5 y 100 nanómetros, siendo un nanómetro una millonésima parte de un milímetro, tratándose por tanto de corpúsculos microscópicos que pueden ser procesados y eliminados por el organismo. Cuando la medida de estas partículas es inferior a 5 nanómetro o superior a 100, pueden ser dañinas para el organismo, siendo uno de los riesgos la argiria. Esto sucede en ocasiones en la fabricación casera de plata coloidal, o en la toma desmesurada o prolongada en el tiempo como es el caso de Paul Karason (apodado, como era de esperar, “Papá Pitufo”). Su uso dentro de las medidas de seguridad establecidas no ha dado, que se conozca, casos adversos documentados.

A pesar de ello y, quizás, a causa del peso de la opinión de la FDA, la Unión Europea prohibió la venta de suplementos alimenticios de uso interno conteniendo cualquier cantidad de plata, por lo que podemos encontrar la plata coloidal como producto de uso tópico, y nada más. Las entusiastas aseveraciones, por parte de algunas fuentes conocidas, a favor de este remedio, que aseguran que cura 650 especies de microbios patógenos han ido, sin duda, en detrimento de la credibilidad del mismo. A lo cual se suma la creencia de que el resurgimiento de la plata coloidal en los años 90 se debe a motivos comerciales de farmacéuticas “new age”.

Incluso para los profesionales de las terapias alternativas, que tenemos tendencia a confiar en los remedios naturales por delante de los convencionales, es difícil ignorar las críticas y los escepticismos acerca de un producto como la plata coloidal, si queremos ser objetivos y no creer a ciegas en algo. Pero al descubrir que, tanto la NASA como las estaciones espaciales rusas instalan sistemas a base de electrodos de cobre-plata para purificar el agua de los astronautas, la balanza de la opinión no puede más que decantarse a favor de este remedio.

Pues, como tantos otros productos naturales, la plata coloidal tiene bien hundidas sus raíces en el pasado y, a pesar de los posibles intereses económicos de unos y otros, si es digna de la confianza de los pioneros espaciales, es porque su uso tiene también cabida en el presente y sin duda en el futuro.

Usada por su importante efecto antibiótico desde los tiempos de Aristóteles, satanizada por la FDA, rescatada su reputación por la NASA, desacreditada por un famoso caso de “argiria” o piel azul, la plata coloidal es motivo de encarnecidas discusiones en foros de salud que ponen en tela de juicio su uso, a pesar de sus sólidas bases y numerosos defensores.

Se trata de un caso clásico de lo empírico versus lo científico. Uno más, como es frecuente en el campo de la medicina natural, en que la eficacia demostrada por siglos de experiencia no consigue el beneplácito de la ciencia, al no existir estudios clínicos (la mayor parte de veces), o no validar estos el producto.

Así pues, los remedios a base de plata, integrantes de la farmacopea romana, y usados en la antigüedad tanto por los médicos chinos como por campesinos en su sabiduría popular (introduciendo una moneda de plata en las jarras de agua para purificarla), evolucionaron en una forma más refinada, la plata coloidal, la cual en 1938 contaba con 95 usos registrados, principalmente su acción bactericida, funguicida y antivirica, pero también como remedio contra la tos ferina, la gonorrea o la meningitis entre otros, lista compilada por el Dr. Peter Raynolds en los años 90. Sin embargo, el descubrimiento de la penicilina desbancó el uso de la plata coloidal al resultar esta primera, a priori, más efectiva. Más tarde, la FDA se pronunció en contra del tradicional remedio como producto para uso interno al no existir estudios concluyentes que defendieran su eficacia y seguridad (aunque tampoco los hubiera que demostrasen lo contrario).

La más reputada de sus propiedades es su acción antibiótica, que podría equipararla a un antibiótico de largo espectro, pues su presencia desata una enzima que modifica el ph de virus, bacterias y hongos, provocando la muerte de estos organismos, según los trabajos de Robert O’Becker del Centro Médico Universitario de Siracusa en los EEUU. Esto la hace valiosa en un gran abanico de infecciones, desde enfermedades sépticas bucales a candidiasis, pasando por bronquitis o conjuntivitis. No en vano la mayor parte de hospitales americanos han optado por sistemas de ionización del plata y cobre para erradicar  la “legionela” en sus sistemas de agua caliente. La principal ventaja de este producto es que, a diferencia de los antibióticos convencionales, no destruye la flora intestinal benéfica, la cual constituye el 70% de nuestro sistema inmune.

La principal crítica de los escépticos se basa en su toxicidad, al tratarse de un metal pesado, asegurando estos que el cuerpo no es capaz de metabolizar la plata acumulándose esta en los tejidos y causando, entre otros efectos, la argiria o “piel azul”. Un caso conocido es el de Paul Karason, que adquirió la enfermedad después de una dosis intensiva y largamente prolongada (10 años) de este suplemento. Lo sensacionalista de su aspecto, así como su presencia en un programa de Oprah Winfrey, puso sobre la mesa de la opinión pública la controversia del producto. También su uso en el embarazo es motivo de gran polémica, pues no hay estudios (de nuevo) que aseguren su inocuidad, aunque no debemos olvidar que raramente se realizan experimentos con productos en mujeres embarazadas, por lo que es imposible saber si es adecuado o no.

Sin embargo, la plata coloidal es una solución de nanopartículas de plata en agua destilada y con una carga eléctrica que hace que se repelen las unas de las otras y se mantengan suspendidas. Esto es, partículas que miden entre 5 y 100 nanómetros, siendo un nanómetro una millonésima parte de un milímetro, tratándose por tanto de corpúsculos microscópicos que pueden ser procesados y eliminados por el organismo. Cuando la medida de estas partículas es inferior a 5 nanómetro o superior a 100, pueden ser dañinas para el organismo, siendo uno de los riesgos la argiria. Esto sucede en ocasiones en la fabricación casera de plata coloidal, o en la toma desmesurada o prolongada en el tiempo como es el caso de Paul Karason (apodado, como era de esperar, “Papá Pitufo”). Su uso dentro de las medidas de seguridad establecidas no ha dado, que se conozca, casos adversos documentados.

A pesar de ello y, quizás, a causa del peso de la opinión de la FDA, la Unión Europea prohibió la venta de suplementos alimenticios de uso interno conteniendo cualquier cantidad de plata, por lo que podemos encontrar la plata coloidal como producto de uso tópico, y nada más. Las entusiastas aseveraciones, por parte de algunas fuentes conocidas, a favor de este remedio, que aseguran que cura 650 especies de microbios patógenos han ido, sin duda, en detrimento de la credibilidad del mismo. A lo cual se suma la creencia de que el resurgimiento de la plata coloidal en los años 90 se debe a motivos comerciales de farmacéuticas “new age”.

Incluso para los profesionales de las terapias alternativas, que tenemos tendencia a confiar en los remedios naturales por delante de los convencionales, es difícil ignorar las críticas y los escepticismos acerca de un producto como la plata coloidal, si queremos ser objetivos y no creer a ciegas en algo. Pero al descubrir que, tanto la NASA como las estaciones espaciales rusas instalan sistemas a base de electrodos de cobre-plata para purificar el agua de los astronautas, la balanza de la opinión no puede más que decantarse a favor de este remedio.

Pues, como tantos otros productos naturales, la plata coloidal tiene bien hundidas sus raíces en el pasado y, a pesar de los posibles intereses económicos de unos y otros, si es digna de la confianza de los pioneros espaciales, es porque su uso tiene también cabida en el presente y sin duda en el futuro.

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