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Ya sea porque nos hemos tomado la resolución de año nuevo muy en serio, o bien por que estamos dotados de un exacerbado entusiasmo, nuestras convicciones alimenticias pueden llevarnos a extremos contrapoducentes para nosotros mismos, como para nuestro entorno. A no ser que tomemos Vervain.

Adoptar buenos hábitos alimenticios es siempre motivo de orgullo, en particular cuando empezamos a sentir los beneficios que ello aporta: mayor vitalidad, mejor humor y más buena cara. Por lo que es natural querer compartirlo con nuestros allegados, pues querríamos que todos nuestros seres queridos se sientan sanos y felices. Además, queremos probarles que teníamos razón. Este “subidón” puede convertirnos en abanderados domésticos de nuestro nuevo régimen o programa dietético y empujarnos a improvisar mítines en favor del veganismo, la macrobiótica, la dieta paleo o los alimentos sin gluten, en cualquier ocasión social.

Es evidente que nuestra energía renovada y nuestra tez luminosa, además de nuestras palabras, pueden inspirar a algunos a replantearse su forma de alimentarse, para su propio beneficio. Sin embargo, nuestra militancia puede también incomodar al anfitrión de la fiesta, cuando apuntamos inquisitivamente con el dedo los hipercalóricos brownies que con tanto amor ha preparado para el postre.

Los inconvenientes de un entusiasmo excesivo frente a nuestras convicciones no se limitan a la esfera social. Nuestro propio ser puede resultar víctima de este, como de cualquier exceso. No es extraño encontrar adeptos a la “vida sana” cuyo aspecto no refleja salud alguna. Los ayunos extremos, el empecinamiento a seguir un régimen hipocalórico (que no nos conviene), o el rechazo al más mínimo desliz, no son necesariamente el camino hacia una salud de hierro. No olvidemos que cuando hablamos de bienestar, buscamos siempre el equilibrio entre dos extremos, un compromiso entre el ascetismo y la bacanal, que es distinto para cada persona y que debemos encontrar escuchando nuestro propio cuerpo, más que asistiendo a mítines.

Cierto es que nuestra sociedad nos empuja al desenfreno contínuo, con comida accesible, abundante y barata, pero de mala calidad, y con costumbres a menudo barbáricas. Por lo que debemos hacer un esfuerzo continuo por no caer en estas trampas cotidianas. Pero no nos hacemos un favor al extenuarnos intentando convencer al prójimo de las maldades del chorizo.

Gandhi dijo “se el cambio que deseas ver en el mundo”, y Bach nos dejó Vervain para ello. Efectivamente la verbena nos va ayudar a invertir nuestro entusiasmo y convicción para nuestro propio bien, y convertirnos en el ejemplo que, sin intentarlo, va a convencer a otros.

Por otra parte, Vervain puede ser el antídoto contra las compulsiones, cuando no podemos parar de consumir un alimento, ya sean patatas fritas o pistachos, de tanto que nos estusiasman. ¡Si es que no se puede ser tan glotón!

Fuentes:

  • BACH Edward “Les douze guérisseurs”, 2016 Macro Editions.
  • SCHEFFER Mechthild “La terapia floral de Bach” 1992 Ediciones Urano.

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